Él estaba arrodillado mirándome las venas de la pija, de un verde pálido casi como el de los olivos.
Yo acariciaba su cabeza y entrelazaba mis dedos entre sus cabellos cortos y sedosos... apresurando un movimiento que me llevaba a sujetarlos y soltarlos con intensidad creciente.
Pronto empecé a mecer su cabeza y su boca se entreabrió como esperando la súbita embestida del glande del cual asomaba una gota cristalina preseminal.
Elevó su mirada a mí con un gesto entre obsceno y tierno simulando una inocencia púber y quedó colmado de mi profusa eyaculación.