Javier Sosa
Había una inminente dificultad por encontrar las palabras en esa tarde azul. Ellas lo sabían porque quizás escapaban o querían hacerse desear. Apenas me di vuelta, divisé ebulliciones transparentes sobre las cabezas de mis compañeros. En halos y auras, pululaban los términos más diversos: sin dejarse asir. Los verbos ya no hacían ni sentían ni pensaban. Los adverbios estaban peleados con los verbos y los adjetivos. No había forma de unir un sujeto con su predicado y los adjetivos eran indecibles… indescriptibles.
Mariana estaba demasiado concentrada para darse cuenta de que dentro de su diccionario, que dormía a su lado, las palabras hacían una fiesta. Si lo hubiera abierto, no hubiera sido capaz de descifrar el significado de “significado”. Pero esa anarquía le era indiferente ya que ella se empecinaba en no seguir su texto hasta encontrar ese vocablo que diera sentido a sus intenciones… vanos esfuerzos: las palabras escaparían igualmente.
Y del otro lado, dos diccionarios se habían declarado la guerra, que empezaría ni bien lograran sortear ese espacio infinito que existía entre ellos. Lo peor, no se decían nada, se desafiaban desdiciéndose. En ese momento, me llegó la hora, ya que no pude encontrar la palabra necesaria para decir ________ o ___________. Pero igualmente busqué la manera de seguir…
Un sol infrarrojo fue bajando lento e implacable. Su iridiscencia no opacaba la tenacidad de mis compañeros. Agrupados en el pensamiento, viajamos juntos a rescatar las frases que nos hacían falta… hilamos y anudamos la trama… atamos cabos sueltos y soltamos amarras… navegamos por los rincones menos explorados de nuestra habla… y el diálogo interno se escribía en líneas más uniformes y cohesivas.
Pronto algunas hojas zarparon a su destino final; las miradas se desgarraban en sus intentos por completar la tarea a tiempo. Algunos resignados, entregaban sus escritos sin confianza en sus dichos… magia incierta la de esas palabras…. Música secreta…
Al partir, la profesora indicó la lectura de la página noventa y tres… y fue entonces cuando comenzó la alquimia. Ya fuera del aula, en su carpeta y entre las hojas apiñadas, las palabras se encontraron. Se permutaron entre ellas y se ordenaron… cantaron himnos y bailaron suavemente, hasta que el sueño las atrapó en la tinta y quedaron allí, suspendidas, brillando bajo el hechizo del papel. Ya perdonadas entre sí, ya creativas, ya otras… las palabras sorprendieron con sus mejores atributos… Cuando el sol se había ido, concluí que nadie pudo advertir este misterioso engaño lingüístico.