No podía escribirse. Le habían dicho que su trazo podía borrarse. La incertidumbre lo apesadumbraba. Hacía catarsis sin sintaxis. La gramática lo amargaba. “Calla” su voz decía. Y el silencio escribía entre líneas, entre síntomas y sintagmas. El paradigma irrumpe, socaba. La indecible pena avanza. Los tiempos se acortan donde se acortaban las distancias. Una mañana azul los pájaros volaron al norte, como de costumbre, llenos de ganas por ganarle a la vida. Sin embargo, su madera se embargaba de desgracia. El 11 de junio fueron sus últimos minutos. Se puso de pie, tomó el arma y se armó de coraje. Cuando lo encontraron, sólo pudieron advertir una mancha iridiscente, opaca y metálica que sangraba sus últimas líneas.
| Javier Sosa |