Per ardua ad astra (“A través de las dificultades alcanzamos las estrellas”)
Se cuenta que se decía que había una semilla de árbol, en algún bosque del mundo, que logró ser humana. Cuando era un simple pedazo de leño, donde habitaba el milagro de la palabra, resultó ser obra de una estrella implantar el límite de su propio silencio en el aroma resinoso de sus entramadas fibras. En la mueblería lo venderían por poco ante la crisis per cápita. Extraño hecho que invertiría el tiempo y el destino. Alguien compraría ese armario y, con el armario, el silencio involuntario: el silencio interno de la madera. Empotrada en la pared quedó la esperanza de descubrirse, no solamente ante los ojos de los demás sino ante los suyos. Igualmente, de aquel árbol habían salido otras leñas… otras maderas que el azar convertiría en papel y el misterio de la tinta, en libros. Así fue como aquellas palabras durmientes conocieron la lectura entre ropas y zapatos. Se leyó y se interpretó, y la vida lo traducía. Fue entonces cuando, sin explicación, de un armario de madera salió un niño con deseos. El silencio se transformó en palabras y de las palabras brotaron verdades de hojas verdes … Luego el hombre pudo conocer la estrella que implantó el límite de su propio silencio, conoció al Zorro y al Gato y al Hada de todos sus logros. Pero además, cada tanto, acechaban los conejos negros … los conejos de la otra madera… los cuatro conejos negros como la tinta que portaban, solemnes, el ataúd de todos sus sueños.
Javier Sosa