Relatos bajo la forma mágica de una propiedad ajena, la del lector. Autoría encubierta en mentira y espejo del que no soy... del que lee. Siniestro juego, encanto de una pasión más allá de mí mismo, inscripta en un otro siempre ausente de mí... agonía de un deseo que se hace signos: símbolos de quienes somos o hacia donde vamos... Entre el silencio y la línea que nos divide: palabras, traducciones de nosotros mismos, lenguajes de nuestra propia ausencia.

viernes, 26 de junio de 2009

La ciudad de ningunaparte



Aquello parecería un edificio pero en realidad es una creencia y un dios. Más allá hay muchas palabras en varios pisos con ascensor. Pero aquello y más allá se repiten.

Hay una regla que mide las sendas peatonales, los cordones y los límites horizontales. Hay otros asientos en semicírculo con cúpulas y banderas. Allí hay silencio. Muchos dicen que hay ocultamiento en el parloteo.

Afuera, el reloj marca una hora digitada, una hora que miente. Por eso hay ciertos relojes que se atrasan y otros que se adelantan; porque indudablemente la plaza tiene más palomas que palomitas de maíz. Sin embargo, las manos, como si nada, siguen su destino sin sentido. Arrojan palomitas hasta que se acercan.

Pero me cansé de ver la iglesia y las oficinas, el correo y los tribunales. O las diagonales urbanas infinitas de rascacielos mecánicos y autómatas. O esa rara ley que nos aplasta horizontales con su jerarquía de espacios donde poder habitar las conciencias. El tiempo me sigue midiendo, pero el reloj miente. Ese reloj del congreso miente y mienten sus palabras y sus silencios. Entonces vuelvo mis ojos a ellas y les doy de comer a las que están más lejos. Hasta que viene una nueva que no se pelea con las otras. Me mira fijo y fugaz de costado. Me deja inmóvil: errante y taciturno.

Javier Sosa