
Nos quieren hacer creer que hay hacedores de palabras.
Qué ironía suponer que alguien pudiera controlarlas a tal punto de creerles.
El hombre elige cómo esconderse detrás de ellas. Pero ellas reglan su existencia.
Sólo somos visitantes en el mundo de las palabras.
Ellas son la marca de nuestra ausencia en el mundo.
Nosotros, máquinas dactilógrafas y mecanógrafas parlantes,
las repetimos con aires de ingenio y magia… pero ellas nos eligen y nos crean.
El hombre elige cómo esconderse detrás de las palabras, cómo hacerse sujeto dominante de un predicado novedoso.
Nos quieren hacer creer que hay hacedores de palabras… y por la indiferencia les creemos…
Qué ilusos los hombres, qué fabuleros.
Ni el signo al final de esta oración ha sido pensado por mí.
Son las palabras las que quieren terminar esta oración de esta manera. Y por lo menos nos quieren hacer creer algo.