Ahora él pasea sus ojos por el cuerpo masculino. Mira lentamente, primero con timidez, luego con la necesidad de conocer partes más íntimas. Sus manos son un vínculo directo con ese otro hombre. Sus ojos, su boca, su ano y su pene se abren generosos. Nunca los conocerá tan diversos ni tan fecundos en otro cuerpo. Por eso se los deja estudiar detenidamente.
Le gustan las venas del dorso de esas manos, de un verde pálido, apenas visibles, y también le gusta la carne de sus palmas. En esas manos su piel se expande y llega hasta lo más profundo, donde se centran los impulsos más audaces. Esas manos son muchas cosas a la vez. Les gusta entrar y salir de sus pliegues y sus orificios, húmedas y con los aromas masculinos llenos de mieles que brotan profusas.
Esas manos están unidas a brazos fuertes que no le harán daño y sólo le prodigarán satisfacciones. Sin embargo, muy lejos dentro suyo, en su niñez olvidada y silenciada, su cuerpo joven, ahora penetrado suavemente, a punto de exclamar jadeos leves que lo harán eyacular, supo conocer las otras manos.