Relatos bajo la forma mágica de una propiedad ajena, la del lector. Autoría encubierta en mentira y espejo del que no soy... del que lee. Siniestro juego, encanto de una pasión más allá de mí mismo, inscripta en un otro siempre ausente de mí... agonía de un deseo que se hace signos: símbolos de quienes somos o hacia donde vamos... Entre el silencio y la línea que nos divide: palabras, traducciones de nosotros mismos, lenguajes de nuestra propia ausencia.

domingo, 1 de agosto de 2010

Imaginar: inocente poder

Poder imaginar, inocente.



En la      i n f a n c i a     yo ejercí con pasión la adoración del bulto masculino: no el de los pantalones mal puestos o el de la gente falta de erotismo, sino el que ofrecía la delicada redondez y el que concentraba las fantasías más primordiales e inocentes.

Yo solía demorarme al hacer los mandados con el sólo fin de poder captar con mis ojos inquisitivos aquellas formas voluminosas, cotidianas, modificables al andar, flexibles al movimiento del cuerpo y, a la vez, manoseadas por sus propios dueños de las maneras más osadas e insolentes. Sí, provocaban deseos intensos e insaciables. Las enciclopedias escolares también ofrecían el esplendor anatómico escondido por debajo de la ropa, revelando así nuevas maneras de alimentar encantos y sensaciones físicas (todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no suelo recordar sin imprecisiones los nombres de los hombres que conozco a diario, conflicto, por cierto, devenido de alguna negación por ellos,  negación a su vez coherente con el límite adulto que representa haber reconocido que no todo lo que se ve y desea puede ser alcanzado con afán narcisista).

Pasó la      i n f a n c i a. Sin embargo, aún, después de tantos años, no caducaron las demandas ópticas, o las pulsiones en la órbita del ojo, por captar y devorar las imágenes de esas geografías masculinas salvajes. En esas elevaciones solemnes portadoras de una belleza palpitante siguen prevaleciendo los sueños eróticos de la inocencia. Suelo inventarme historias, invenciones de mi propia voluntad por compensar su ausencia. Y ya que tengo ese poder ilimitado, voy a causar un bulto, el más digno de pasión y adoración, el más proclive a dar sus mieles en el momento justo y, con urgencia desmedida, en cantidades suficientes.

¡Oh, impronunciable don! Nunca mis anhelos llegan a tiempo para conquistar la gloria. Pero el hechizo existe... Acaricio sus pliegues, entreabro sus dobleces y sumerjo mi existencia en las vellosidades vírgenes y frondosas de su superficie creciente. Aparece generoso el habitante más ideado en textura y humedad. Frágiles misterios encierra la carne, contraseñas jamás descubiertas en libros muy recomendables en otros tiempos. Cuando mis labios se vierten afectuosos y profundos, el eclipse colma las integridades cavernosas. Entran en mí los sabores más salinos y los aromas más ácidos de  las pieles rugosas. El tiempo se procura lento y complaciente. Repentinamente, las fauces se nutren profusamente. Fugaz es la fecundidad del deseo. La        i n f a n c i a      está llena de placeres que satisface la vida adulta.