Súcubo en el armario.
Santificó la esencia y se dirigió a las sábanas.
Lamió profundo las pieles plegadas y los rincones ocultos.
Sus mieles se derramaban en los zurcos y los montes de la carne.
Aceleraba su deseo y sus latidos.
Desataba rubores, impedía prejuicios.
Su semen se derramó luego en la boca caliente.
La semilla volvió a la tierra de donde nacen todas las fantasías y todos los delirios.
Lentamente, como deslizando los últimos placeres, volvió a esconderse en la oscuridad de la madera.
Ahí aguardaba por la espesura de otras noches y otros tiempos de cacería.
Javier Sosa