Aquello parecería un edificio pero en realidad es una creencia y un dios. Más allá hay muchas palabras en varios pisos con ascensor. Pero aquello y más allá se repiten.
Hay una regla que mide las sendas peatonales, los cordones y los límites horizontales. Hay otros asientos en semicírculo con cúpulas y banderas. Allí hay silencio. Muchos dicen que hay ocultamiento en el parloteo.
Afuera, el reloj marca una hora digitada, una hora que miente. Por eso hay ciertos relojes que se atrasan y otros que se adelantan; porque indudablemente la plaza tiene más palomas que palomitas de maíz. Sin embargo, las manos, como si nada, siguen su destino sin sentido. Arrojan palomitas hasta que se acercan.
Me encanta ver la iglesia y las oficinas, el correo y los tribunales. O las diagonales urbanas infinitas de rascacielos soberbios e imponentes. O esa hermosa ley que nos ordena horizontales con su jerarquía de espacios donde poder habitar las conciencias. El tiempo me sigue midiendo, pero el reloj marca mi hora. El reloj del congreso me acompaña, como lo hacen sus palabras y sus silencios. Entonces vuelvo mis ojos a ellas y les doy de comer a las que están más lejos. Hasta que viene una nueva que no se pelea con las otras. Me mira fijo y fugaz de costado. Me deja inmóvil: soñador y apasionado.
Javier Sosa